María lamentaba haberse dejado convencer. Jamás había escuchado
antes que existiera un restaurante como aquel, que ofrecía cenas en la más
absoluta oscuridad. «Una nueva y completa experiencia sensorial», rezaba en la
publicidad del local.
Desde que rompiera con Charly, unas semanas atrás, María no salía
demasiado. Charly era un buen chico; atento, amable y cariñoso, pero su timidez y su carácter introspectivo habían conseguido separarlos. A ella le gustaban los hombres intrépidos, osados y con inclinación
hacia el debate. Su relación le resultaba monótona, y a pesar de
haber sido ella quien tomara la decisión de dejarlo, se sentía abatida y apática. En
cuestiones de amor, su vida era lo más parecido a una mosca dándose de bruces
contra el cristal de una ventana. Su instinto le decía que había algo
maravilloso esperándola al otro lado, pero nunca era capaz de alcanzarlo.
Lo que menos le
apetecía en esos momentos era sentarse a una mesa frente a un puñado de desconocidos e intentar ser agradable.
En total, seis hombres y seis mujeres en una cita a ciegas donde cada quien
juzgaría a cada cual, no por su aspecto, sino por las sensaciones y emociones
que pudieran transmitir su conversación y el sonido de su voz.
¿A quién se le habría ocurrido semejante idea?
Su amiga Claudia no había parado hasta convencerla. Se
mostraba entusiasmada con esta nueva forma de relacionarse con el sexo opuesto.
Decía estar harta de que los hombres la juzgaran por su físico y quería probar
su capacidad de seducción sin contar con esa ventaja.
María la escuchaba un poco perpleja; Claudia tenía un
físico espectacular, por eso nunca le habían faltado los pretendientes. Sin
embargo, tenía una voz estridente, algo en lo que ellos no solían reparar demasiado;
su rostro perfecto y sus piernas kilométricas acaparaban toda su atención.
Se animó pensando que tal vez sería divertido, y a Claudia
no le vendría mal recibir una cura de humildad.
Consideró entonces sus propias posibilidades. Su aspecto
era mucho más corriente que el de su amiga; ni guapa ni fea, ni alta ni baja,
ni gorda ni flaca. En cuanto a su voz, tampoco estaba segura de que resultara
agradable, y se preguntó si sería capaz de conquistar a alguien solo con su
manera de expresarse.
En eso estaba pensando cuando llegaron al local, un bajo con un letrero de neón en la parte más decadente de la ciudad. Un hombre
trajeado las recibió y las condujo a una
pequeña antesala. Allí les explicó que, para preservar su intimidad, cada mujer
sería nombrada con una letra y cada hombre con un número. María decidió
escoger la letra “Z”, mientras que Claudia se decantó por la sinuosa y curvilínea “S”.
Dos camareros provistos con gafas de visión nocturna las
guiaron por un pasillo oscuro hasta la entrada del salón. A Claudia se le
escapó una risita nerviosa y María apretó los labios con fuerza ante su
incapacidad para dar un paso a ciegas. Escucharon el ruido de una puerta al
abrirse y avanzaron hasta la mesa. Una vez acomodadas en sus respectivos sitios, los
camareros guiaron sus manos hacia los utensilios que utilizarían durante la
cena.
—Hola —dijo una voz masculina a su izquierda—. Soy el
número 1.
—Encantada de conocerte —respondió María—. Yo soy Z.
—Qué curioso —dijo 1—. Yo soy el primer número y tú eres la
última letra.
A María le resultó presuntuoso que alguien decidiera
adjudicarse ese número. Además, la voz del hombre le había sonado floja, sin
inflexión, demasiado poca cosa para un número tan importante.
No sabía si el sitio de su derecha se encontraba ocupado. Despacio,
estiró el brazo y el roce cálido de un cuerpo hizo que la retirara al instante.
—Lo siento —dijo girándose hacia quien estuviera allí
sentado.
—No pasa nada —le dijo otra voz masculina—. No tenías por
qué saber que estaba aquí. —El hombre guardó silencio un momento, y luego
añadió—: Soy el número 7.
A María le entró la risa.
—¿Cómo la película?
—Sí, como la película —admitió—, aunque también porque a mi
madre se le ocurrió traerme al mundo ese día.
La voz de 7 le resultó agradable. Más que eso, tenía una
cadencia sensual y atrayente. Le empezaban a fascinar los matices que podía
apreciar en cada voz. La de 1 le había transmitido un grado de
inseguridad y a la vez de prepotencia. Sin embargo, la voz de 7 despedía templanza y sosiego. No pudo evitar comenzar a fantasear con su aspecto.
Desde algún lugar de la mesa, le llegó la familiar y estrepitosa risa de Claudia.
Aguzó el oído y escuchó su parloteo incesante, que parecía no ser muy
correspondido.
La cena comenzó con unos entremeses. María reconoció el
sabor y la textura de cada entrante, y tenía que admitir que la oscuridad
potenciaba cada aroma y cada sabor de una forma increíble.
Los comensales fueron perdiendo la timidez inicial y en el
segundo plato un sonoro murmullo envolvía ya el ambiente. Escuchó fragmentos de
conversaciones entremezcladas, sonidos que le habrían pasado desapercibidos de
haber alguna luz encendida. La experiencia estaba siendo mejor de lo que había
imaginado, y se alegró de haberse dejado convencer por Claudia.
Número 1 resultó ser un pedante charlatán, que rebatía cada
uno de sus comentarios. Además, no dejaba de hablar sobre sí mismo y sobre sus
logros personales. Decidió ignorarle y
centrarse en el silencioso número 7, que apenas había abierto la boca.
Conversaron sobre lo exquisito que estaba todo, sobre cómo
cambiaban los sabores y los aromas cuando se prescinde de la vista. 7 se
inclinaba hacia ella cada vez que le hablaba, y su voz le susurraba palabras
cerca del oído. A María le rozaba el calor de su aliento, algo que, en esos
momentos, le parecía tremendamente sensual. También percibió su aroma; un
intenso olor a madera de roble que sin duda aportaba el vino tinto. Pero
también olía a una suave y agradable fragancia que no supo identificar. No era
un perfume, era algo más personal, tal vez el particular aroma de su piel.
Entablaron una íntima conversación solo para ellos, incluso
él se atrevió, durante un instante, a depositar una mano sobre su brazo. Ella
notó que el vello se le erizaba debajo de la ropa y experimentó una sensación
de atracción intensa hacia aquel desconocido. Estaba deseando que las luces se
encendieran y poder ver su aspecto.
Por fin llegaron al postre; una combinación de sabores que
cobró fuerza en sus bocas: chocolate, vainilla, nata y frutas troceadas.
Cuando los camareros retiraron los platos, se creó un clima
de expectación. María notó que su corazón se aceleraba. Por una vez en su vida,
deseó ser como su amiga, tan guapa y atractiva que aquel desconocido de voz
deliciosa y conversación amena cayera rendido a sus pies.
Las luces se encendieron y, por un momento, el silencio se
hizo denso. María no se atrevió a mirar a su derecha. Nerviosa, se giró primero
hacia la izquierda. Número 1 era tal y como lo había imaginado; un joven con
aspecto de ejecutivo que compuso un mohín de desencanto cuando la miró. Le daba
lo mismo, a ella tampoco le gustaba él. Miró al frente y observó que los hombres
concentraban sus miradas golosas en Claudia. Había vuelto a suceder, y aunque durante
la cena se había sentido bastante ignorada, ahora había llegado su momento de
redención. Todos la miraban.
Todos menos número 7. Notó por el rabillo del ojo su
mirada clavada en ella. Se volvió poco a poco, sin estar segura de querer
enfrentarse a sus ojos.
Cuando lo miró, la boca se le abrió de puro pasmo.
—¡Tú! —exclamó, sin salir de su asombro.