jueves, 15 de octubre de 2020

Don Quijote de La Malcha


Descubriendo La Mancha; descubriendo a Don Quijote





Os traigo algunos apuntes sobre la vida y la sociedad de la España de Alonso Quijano, la misma España que siglos después haría de las aventuras de un loco soñador, honrado, inteligente y admirable orador, su libro más universal.

Allá se fue nuestro aspirante a caballero a principios del siglo xvii, vestido con la armadura de sus bisabuelos, dispuesto a encontrar un sueño idealista en campos castellano-manchegos, ávido de aventuras y heroicidades, en pos de una doncella en apuros o de bandidos y malhechores que asaltaban los caminos.

Salía a la aventura huyendo de la realidad doméstica.

Hidalgos, escuderos, cabreros, duques, doncellas, pícaros, galeotes, frailes, ventas, posadas y castillos son el reflejo fiel, aunque artístico, de aquella época.
El Quijote presenta, sobre todo, una visión social del ámbito rural, solamente interrumpida por el episodio de Barcelona, lugar donde nuestro hidalgo finalmente se verá reflejado en el demoledor espejo de la realidad.
La Mancha era una tierra de molinos de viento, labradores, pastores, tratantes de ganado y mercaderes de seda.

En cuanto a los caminos o los pueblos, es curioso que no se encuentre en toda la novela ninguna descripción, tan solo las emociones que vierten los personajes al evocar las referencias de cada lugar.
Sin embargo, sí sabemos que las ventas tienen un papel importante en la obra. Se describen como lugares poco confortables donde los venteros podían robarte hasta los calzones al menor descuido. Allí se reunían arrieros, caballeros, prostitutas, viajeros, cuadrilleros de la Santa Hermandad y todo cuanto cabía en el imaginario cervantino.

En el aspecto gastronómico, parece ser que Don Quijote no pasaba hambre, aunque sus escasos recursos no alcanzaban para grandes festines culinarios. Destaca en la novela la mención a la nutritiva olla podridaque era una mezcla de verduras, carnes, aves, tocino, embutidos y todo lo que había a mano y que sirviera para dar un poco de sustancia al caldo.  

Vellones
Como sutil pincelada al aspecto económico, cabe destacar que un galeno ganaba 300 ducados, mientras que un barbero se llevaba al cincho 20 000 maravedís (53 ducados). Cada ducado equivalía a 375 maravedís y había monedas de medio ducado, de cinco, diez, veinte o cincuenta.
En el mercado se podía comprar un buey por 15 ducados, una ternera por 5 y un gorrino por 4. Sin embargo, estas no eran las únicas monedas en curso en tiempos del Caballero de la Triste Figura; también circulaban reales de plata, blancas, cuatrines, ardites, sueldos, vellones y otras muchas monedas que aparecen a lo largo de la novela.

En el contexto histórico, España vivía tiempos de declive. En un imperio en el que nunca se ponía el sol, comenzaban a divisarse las primeras sombras. Cervantes tendría su momento de gloria tras la victoria en la batalla de Lepanto, en la que participó y en la que perdería una mano. Volvió a casa curtido en el arte bélico a base de repartir estopa a los turcos, empecinados en dominar el Mediterráneo occidental. Años más tarde, el desastre de la Armada Invencible marcaría el principio de la decadencia de España como gran potencia, eso sin mencionar la interminable Guerra de Flandes, que consiguió vaciar las arcas de la Corona española y hundir la economía. Si a todo esto le sumamos la hambruna y la peste que asolaban por entonces aquellas tierras, tendremos un reflejo aproximado de lo que era la vida en tiempos de Miguel de Cervantes, tiempos de crisis económica y social que alentaban a la evasión de la realidad.

Nunca fue tan olvidado Cervantes y nunca nos ha hecho más falta que ahora. Son muy pocos los que pueden levantar la mano asegurando que han leído a nuestro Quijote. Su lectura no es obligatoria en la enseñanza secundaria, seguramente por eso de que «obligar traumatiza», aunque lo verdaderamente sangrante es que ni siquiera sea una lectura recomendada por el ministerio de Educación.

En casa siempre hemos tenido un tomo del Quijote, y recuerdo que de pequeña lo hojeaba solo por el hecho de que era el libro más voluminoso y el que más destacaba de cuantos había en la librería. Cuando crecí, me aventuré a zambullirme dentro de sus páginas, y descubrí la imagen entrañable de un viejo soñador cuerdo —«Yo sé quién soy»—, blanco de multitud de bromas y humillaciones, que aun así mantiene el ánimo y la ilusión que lo impulsaron a partir. La misma ilusión que su creador, porque, a fin de cuentas, en la literatura, como en otras cosas de la vida, nadie pone lo que no tiene. Cervantes fue un soldado en la guerra, sufrió cautiverio, soledad, fracaso y decepción. Con todo ello, dejó un legado a la humanidad en forma de genial parodia, de humor inteligente refugio de algunas almas desventuradas que, si se lo proponen, encontrarán entre sus páginas un analgésico ante los tiempos de desencanto social, político y cultural que, como al autor en aquella época, nos ha tocado vivir. 

Mayte F. Uceda

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