miércoles, 2 de octubre de 2013

POLO, YO Y EL CERDO VIETNAMITA.


Una mañana más salgo de paseo con el nuevo habitante de nuestra casa: Polo, un pequeño Yorkshire terrier que permaneció cuatro meses dentro de una jaula de cristal, expuesto al público en espera de que alguien lo quisiera comprar. Yo nunca había comprado un perro. Nuestra perra, Lluna, un cruce de Pinscher alemán, vino de la Protectora de Animales hace ya seis años. Es una perra excelente; noble, cariñosa y que disfruta una barbaridad con los niños. También es una experta escapista, pues cuando sus ansias de libertad quieren rebasar los límites de su espacio acotado no hay nada que se lo pueda impedir.

Polo
Hace tiempo que deseaba tener un perro pequeñito. Buscamos en las Protectoras de los alrededores, pero los perros de raza pequeña son escasos y enseguida encuentran dueño.
El mes pasado me paré delante del escaparate de una tienda de animales. Y allí estaba Polo, durmiendo sobre tiras de periódico. No jugaba como los cachorros de las otras urnas, que no paraban de moverse, por el contrario, parecía abatido y apático. Di unos toquecitos en el cristal y levantó la mirada, indiferente.
Entonces sentí una presencia de escasa estatura moviéndose nerviosa entre mis pies. Miré hacia el suelo y descubrí la cara de perro con la expresión más viva e inteligente que había visto en mi vida. Encandilada, perseguí al animal hasta el interior de la tienda.
—¡Paquito, no molestes! —le recriminó el dueño del local.
El tal Paquito –El Vivaracho−, un digno ejemplar de Jack Russell, no dejaba de deambular por la tienda, desplegando su gracia innata entre todos los clientes.
No me resistí y pregunté por el perrito triste.
—Es un Yorky, y lleva aquí cuatro meses. Durante el verano no se venden muchos perros y vamos a devolverlo al criadero.
—¿Lleva cuatro meses encerrado en esa urna? —me sorprendí.
—Bueno, yo lo saco por la mañana, antes de abrir, y por la noche. También vengo los domingos y le dejo correr un poco.
Pensé que estos animales no estaban mucho mejor que los que llenan las protectoras.

Decidimos traerlo a nuestra casa. Cuando lo saqué de la urna se puso tan nervioso que no dejó de lamerme las manos.
Durante este mes ha logrado adaptarse al entorno, aunque todavía no haya conseguido la amistad de nuestro gato, que no se fía ni de su sombra.
   
Esta mañana volvimos a salir a pasear; estoy enseñándole a caminar con correa. Cuando regresábamos a casa nos encontramos con un perro solitario muy raro; era bajo, negro y muy gordo. Estaba en mitad del camino y mi primer instinto fue coger a Polo en brazos pensando que aquel animal, que olfateaba el aire y emitía un gruñido extraño, pudiera hacerle algo. Me arrimé a una orilla y caminé despacio, atenta a la bestia gorda. Aún nos separaban algunos metros pero, temiendo que se acercara, se me ocurrió dar una patada contundente en el suelo y sisear lo más fuerte que pude.
—¡Sshhh! ¡Sshhh!
Como el animal no se movió, no me quedó más remedio que avanzar. Pasé a su lado, disimulando el miedo y mirándolo de reojo mientras él olfateaba el aire con insistencia, como si quisiera extraer con ello alguna información sobre nosotros.
Qué perro más feo, pensé.
Grrññ, Grrññ, respondió él a mis pensamientos.
Dejamos atrás al singular animal y entonces me encontré con una vecina.
—¿Has visto a Piky? —me preguntó.
Puse cara de desconcierto.
—¿Piky?
—Sí, mi cerdo vietnamita.
Elevé las cejas y torcí la boca.
—He visto a un perro negro, muy gordo —respondí. No, aquello no podía ser un cerdo.
Cerdo vietnamita
Piky apareció a paso lento, con la barriga a escasos centímetros del suelo bamboleándose floja de un lado a otro.
Recibió la reprimenda de su dueña, sin inmutarse, y luego las dos se fueron a su casa.
Deposité a Polo en el suelo y me llevé el dedo índice a los labios.
—Ni una palabra a nadie de esto —le dije.
Polo torció la cabeza como un pajarillo, y trató inútilmente de levantar sus orejas caídas, como si estuviera haciendo un enorme esfuerzo por comprenderme.

Cuando llegué a casa encendí el ordenador y busqué en google la imagen de un cerdo vietnamita, después me fui a la cocina y coloqué una nota adhesiva en la nevera: «Pedir cita con el oculista».

Por cierto, si queréis conocer a Paquito podéis hacerlo en su página de Facebook: 

6 comentarios:

  1. Tierna y graciosa historia. Parece ser que sí, que los cerdos vietnamitas se están poniendo de moda como mascotas. Creo que fue George Clooney quien los puso de modo. A mí me hubiese sucedido como a tí, hay tantas razas caninas que hoy creo que estaría en disposición de confundir un hamster con un Yorkshire.

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    1. Una forma como otra de empezar el día, José Luis, esquivando cerdos vietnamitas. Un abrazo.

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  2. Me hubiera gustado ver quién de los tres tenía mayor cara de asombro: tú, Polo o el cerdo.

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  3. Ya estoy en tu casa... ¿Dónde está el icono de seguir?

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  4. Puedes seguir el blog introduciendo tu correo electrónico, o a través del icono "Participar de este sitio" que acabo de instalar. Gracias, María.

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