jueves, 27 de febrero de 2014

CENA EN LA OSCURIDAD



María lamentaba haberse dejado convencer. Jamás había escuchado antes que existiera un restaurante como aquel, que ofrecía cenas en la más absoluta oscuridad. «Una nueva y completa experiencia sensorial», rezaba en la publicidad del local.

Desde que rompiera con Charly, unas semanas atrás, María no salía demasiado. Charly era un buen chico; atento, amable y cariñoso, pero su timidez y su carácter introspectivo habían conseguido separarlos. A ella le gustaban los hombres intrépidos, osados y con inclinación hacia el debate. Su relación le resultaba monótona, y a pesar de haber sido ella quien tomara la decisión de dejarlo, se sentía abatida y apática. En cuestiones de amor, su vida era lo más parecido a una mosca dándose de bruces contra el cristal de una ventana. Su instinto le decía que había algo maravilloso esperándola al otro lado, pero nunca era capaz de alcanzarlo.
 Lo que menos le apetecía en esos momentos era sentarse a una mesa frente a un puñado de desconocidos e intentar ser agradable. En total, seis hombres y seis mujeres en una cita a ciegas donde cada quien juzgaría a cada cual, no por su aspecto, sino por las sensaciones y emociones que pudieran transmitir su conversación y el sonido de su voz.
¿A quién se le habría ocurrido semejante idea?
Su amiga Claudia no había parado hasta convencerla. Se mostraba entusiasmada con esta nueva forma de relacionarse con el sexo opuesto. Decía estar harta de que los hombres la juzgaran por su físico y quería probar su capacidad de seducción sin contar con esa ventaja.
María la escuchaba un poco perpleja; Claudia tenía un físico espectacular, por eso nunca le habían faltado los pretendientes. Sin embargo, tenía una voz estridente, algo en lo que ellos no solían reparar demasiado; su rostro perfecto y sus piernas kilométricas acaparaban toda su atención.
Se animó pensando que tal vez sería divertido, y a Claudia no le vendría mal recibir una cura de humildad.
Consideró entonces sus propias posibilidades. Su aspecto era mucho más corriente que el de su amiga; ni guapa ni fea, ni alta ni baja, ni gorda ni flaca. En cuanto a su voz, tampoco estaba segura de que resultara agradable, y se preguntó si sería capaz de conquistar a alguien solo con su manera de expresarse.

En eso estaba pensando cuando llegaron al local, un bajo con un letrero de neón en la parte más   decadente de la ciudad. Un hombre trajeado  las recibió y las condujo a una pequeña antesala. Allí les explicó que, para preservar su intimidad, cada mujer sería nombrada con una letra y cada hombre con un número. María decidió escoger la letra “Z”, mientras que Claudia se decantó por la sinuosa y curvilínea “S”.
Dos camareros provistos con gafas de visión nocturna las guiaron por un pasillo oscuro hasta la entrada del salón. A Claudia se le escapó una risita nerviosa y María apretó los labios con fuerza ante su incapacidad para dar un paso a ciegas. Escucharon el ruido de una puerta al abrirse y avanzaron hasta la mesa. Una vez acomodadas en sus respectivos sitios, los camareros guiaron sus manos hacia los utensilios que utilizarían durante la cena.

—Hola —dijo una voz masculina a su izquierda—. Soy el número 1.
—Encantada de conocerte —respondió María—. Yo soy Z.
—Qué curioso —dijo 1—. Yo soy el primer número y tú eres la última letra.
A María le resultó presuntuoso que alguien decidiera adjudicarse ese número. Además, la voz del hombre le había sonado floja, sin inflexión, demasiado poca cosa para un número tan importante.
No sabía si el sitio de su derecha se encontraba ocupado. Despacio, estiró el brazo y el roce cálido de un cuerpo hizo que la retirara al instante.
—Lo siento —dijo girándose hacia quien estuviera allí sentado.
No pasa nada —le dijo otra voz masculina—. No tenías por qué saber que estaba aquí. —El hombre guardó silencio un momento, y luego añadió—: Soy el número 7.
A María le entró la risa.
—¿Cómo la película?
—Sí, como la película —admitió—, aunque también porque a mi madre se le ocurrió traerme al mundo ese día.

La voz de 7 le resultó agradable. Más que eso, tenía una cadencia sensual y atrayente. Le empezaban a fascinar los matices que podía apreciar en cada voz. La de 1 le había transmitido un grado de inseguridad y a la vez de prepotencia. Sin embargo, la voz de 7 despedía templanza y sosiego. No pudo evitar comenzar a fantasear con su aspecto.
Desde algún lugar de la mesa, le llegó la familiar y estrepitosa risa de Claudia. Aguzó el oído y escuchó su parloteo incesante, que parecía no ser muy correspondido.

La cena comenzó con unos entremeses. María reconoció el sabor y la textura de cada entrante, y tenía que admitir que la oscuridad potenciaba cada aroma y cada sabor de una forma increíble.  
Los comensales fueron perdiendo la timidez inicial y en el segundo plato un sonoro murmullo envolvía ya el ambiente. Escuchó fragmentos de conversaciones entremezcladas, sonidos que le habrían pasado desapercibidos de haber alguna luz encendida. La experiencia estaba siendo mejor de lo que había imaginado, y se alegró de haberse dejado convencer por Claudia.
Número 1 resultó ser un pedante charlatán, que rebatía cada uno de sus comentarios. Además, no dejaba de hablar sobre sí mismo y sobre sus logros personales.  Decidió ignorarle y centrarse en el silencioso número 7, que apenas había abierto la boca.

Conversaron sobre lo exquisito que estaba todo, sobre cómo cambiaban los sabores y los aromas cuando se prescinde de la vista. 7 se inclinaba hacia ella cada vez que le hablaba, y su voz le susurraba palabras cerca del oído. A María le rozaba el calor de su aliento, algo que, en esos momentos, le parecía tremendamente sensual. También percibió su aroma; un intenso olor a madera de roble que sin duda aportaba el vino tinto. Pero también olía a una suave y agradable fragancia que no supo identificar. No era un perfume, era algo más personal, tal vez  el particular aroma de su piel.
Entablaron una íntima conversación solo para ellos, incluso él se atrevió, durante un instante, a depositar una mano sobre su brazo. Ella notó que el vello se le erizaba debajo de la ropa y experimentó una sensación de atracción intensa hacia aquel desconocido. Estaba deseando que las luces se encendieran y poder ver su aspecto.

Por fin llegaron al postre; una combinación de sabores que cobró fuerza en sus bocas: chocolate, vainilla, nata y frutas troceadas.
Cuando los camareros retiraron los platos, se creó un clima de expectación. María notó que su corazón se aceleraba. Por una vez en su vida, deseó ser como su amiga, tan guapa y atractiva que aquel desconocido de voz deliciosa y conversación amena cayera rendido a sus pies.
Las luces se encendieron y, por un momento, el silencio se hizo denso. María no se atrevió a mirar a su derecha. Nerviosa, se giró primero hacia la izquierda. Número 1 era tal y como lo había imaginado; un joven con aspecto de ejecutivo que compuso un mohín de desencanto cuando la miró. Le daba lo mismo, a ella tampoco le gustaba él. Miró al frente y observó que los hombres concentraban sus miradas golosas en Claudia. Había vuelto a suceder, y aunque durante la cena se había sentido bastante ignorada, ahora había llegado su momento de redención. Todos la miraban.
Todos menos número 7. Notó por el rabillo del ojo su mirada clavada en ella. Se volvió poco a poco, sin estar segura de querer enfrentarse a sus ojos.
Cuando lo miró, la boca se le abrió de puro pasmo.
—¡Tú! —exclamó, sin salir de su asombro.


17 comentarios:

  1. A mi me encanta el final. Yo creo que el fin de la noche promete. Jejeje

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  2. Habrá que hacer entonces una segunda entrega, jajaja. Gracias, Bea.

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  3. Qué imaginación, Mayte. Es un relato que mantiene la tensión hasta el final. Me gusta. Pero... Ese final no lo veo, pues ella necesariamente debía conocer la voz de Charly. Yo quitaría la última línea, no diría quién era el número 7, deja que el lector imagine. Es solo una opinión muy personal.

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  4. Dejemos pues que el lector imagine, Manuel, aunque los expertos aseguran que si quitamos los estímulos visuales, podemos apreciar en las voces de nuestros interlocutores matices que nos habían pasado desapercibidos, e incluso que la voz puede sonarnos diferente a como lo haría de poder ver la imagen de quien habla. Gracias por leer y por el consejo.

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  5. Me ha gustado mucho. Sí que he leído sobre este tipo de restaurantes (creo que un episodio de uno de los CSIs era en uno de ellos...) pero desde luego no los he experimentado. No sé si el comentario de Manuel quiere decir que has cambiado el final, o él ha decidido que el 'tú' era Charly. A mí me parece perfecto como está. Me gusta el misterio. Felicidades!

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    1. Olga, digamos que he decidido ocultar la identidad del número 7 y dejarlo a la imaginación del lector, que también debe trabajar un poquito. Gracias por comentar. Un beso.

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  6. Mayte, me ha gustado mucho tu relato pero coincido con Manuel: mientras iba leyendo, del todo enganchada, me preguntaba cómo ibas a resolverlo. A mí personalmente también me extrañó que no reconociera la voz de Charly y ese final me falló. Sin embargo, he leído tu comentario de más arriba, sobre lo que dicen los expertos, y tengo que reconocer que no me he encontrado en una situación como la que describes en el relato, así que imagino que todo es posible. Felicidades por tu primer relato.

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  7. Es cierto, Carmen, que el problema del relato es que, al ser tan corto, hay que buscarle un giro o un final que sorprenda al lector. En el taller la mayoría opinaba lo mismo: ella tenía que haber reconocido la voz de Charly. Pero creo que todos dais por sentado que la relación de María con Charly había sido suficientemente larga como para que ella lo reconociera en ese contexto. Por otro lado: ¿y si él sabía que ella estaría allí?
    Gracias por leerlo y comentar. Un abrazo.

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  8. Mayte, como es lógico, después de leer lo que has escrito más arriba surgen ciertas dudas. Puede ocurrir que la voz suene diferente, pero una cosa tengo clara: la primera impresión al leer el final anterior es la que obtendrán muchos lectores. Un final abierto como el que has decidido ahora impacta mucho más que decir quién era el interlocutor, en mi opinión.

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  9. Pues lo dejamos así, Manuel, aunque lo hemos destripado un poquito... jeje

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  10. Me gustó mucho el cuento. Yo fui a un restaurante así en Montreal O.Noir en rue Sainte-Catherine. Los camareros son ciegos y te sugieren un entrante "sorpresa" para ver si puedes identificar los sabores. Fue toda una experiencia concentrarse en los olores y el paladar.

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    1. Qué suerte, Marlene, a mí me encantaría ir a un restaurante de este tipo, estoy segura de que sería una experiencia muy interesante. Tal vez me anime y organice una cena o oscuras en casa. Es otra posibilidad, ¿no? Un saludo y gracias por pasarte.

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  11. demasiado corto.. ya estaba enganchada... un buen final. Felicitaciones

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    1. Es un relato corto, pero con el argumento se podría escribir una novela. Gracias por leer, Zulma.

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