miércoles, 13 de octubre de 2021

Una Feria del Libro para el recuerdo

 




Estaba reflexionando sobre todo lo vivido en la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria y me viene a la cabeza lo feliz que me hace que mi primera Feria haya sido en esta ciudad. Ha sido tan emocionante, he recibido tanto cariño, que lo guardaré en el cajón de las experiencias bonitas de la vida. Vale, lo tenía todo a favor en esta ciudad, ya que una parte de mi última novela, El guardián de la marea, se desarrolla en Las Palmas. 

Museo Elder



































Desde que se publicó la novela, en julio de 2021, no dejo de recibir mensajes de afecto procedentes de Canarias,  afecto que dejó por fin de ser virtual para convertirse en abrazos reales y miradas de tú a tú. Gracias infinitas a todos los que vinieron a arroparme con su cariño. La presentación, a cargo de Laura Torres, a la que considero un ser especial y con la que inicié en Las Palmas una amistad que espero dure mucho tiempo,  estuvo cargada de tanta emoción al recordar juntos el pasado de la ciudad, (la historia de Hans y Marcela, la historia de tantos otros que pudo ser y tal vez no fue) que no voy a poder olvidarla. Creo que las propias vivencias personales de cada uno hicieron que las emociones aflorasen. Se palpaba. Se sentía. Porque no importa si han pasado cien años o quinientos, las aspiraciones del ser humano siempre son las mismas: «querer y que me quieran», como dice Marcela en El guardián. Las Palmas me recibió con calor afectivo y yo espero haberles devuelto el mismo afecto a todos ellos. 

Vista de la Feria desde el hotel

Tuve tiempo de recorrer las calles de Las Palmas a solas, en un ejercicio de íntima conexión con los personajes. Borré de un plumazo a los cientos de turistas con los que me cruzaba y volví a instalar el tranvía en Triana, en su camino hacia el Puerto de La Luz. Oí el tino de sus campanas avisando a los carromatos y tartanas que circulaban por la parte más cercana a las aceras. Vi a las mujeres con sus mantos en la cabeza en severo contraste con el atuendo decoroso de alguna miss, una de las tantas que conferían a la ciudad un incipiente aire internacional, con sus vestidos de organdí suizo un poco pasado de moda debido a los estragos de la guerra. 

Mi primera parada fue el puerto de La Luz. Yo estaba alojada junto al parque Santa Catalina, frente al muelle que lleva su nombre y desde el que zarpaban barcos como el Valbanera hace cien años. 

A falta de tranvía (ya me habría gustado), un taxi me llevó hasta Triana, y allí volví a mirar de frente la capilla de San Telmo, donde se desarrolla una importante escena de la novela. También me planté frente a la casa de Herminia Maldiciones, cruzando la acera en cuya fachada destaca el viejo reloj de la desaparecida joyería de Juan Pflüger.  


Antiguos almacenes de la naviera británica Elder Dempster Line donde tuvo lugar la presentación



Antes de zambullirme en el barrio de Vegueta, me detuve un momento frente al edificio del antiguo hotel Monopol, que también tiene un papel relevante en la novela.  Después crucé el barranco de Guiniguada o, en su defecto, la amplia vía de doble sentido que se construyó sobre el barranco. O sea que el barranco de Guiniguada que se nombra en la novela ya no existe. 

Antiguo hotel Monopol, hoy centro comercial


Vegueta con la catedral al fondo


Tras cruzar el imaginario barranco me adentré en el barrio de Vegueta. Pasear por sus calles  es una experiencia inigualable, ya que conserva la arquitectura de cuando los castellanos fundaron la ciudad. El barrio está tan cuidado y es tan bonito que las horas se me pasaron volando. Saqué un tique para ver por dentro la catedral, con calma, como solo se puede hacer cuando uno viaja solo. Al finalizar la visita salí fuera y ascendí por las calles que me llevarían al, en otro tiempo,  Hospital de San Martín, escenario tan importante en la novela. Viendo su larga fachada es fácil imaginar todo lo que ha vivido esta antigua institución de beneficencia: huérfanos, niños abandonados, enfermos, tullidos, pobres de solemnidad, todos ellos entremezclados con la azarosa vida de las monjas, hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, curas, médicos, nodrizas... Cuánto habrán visto estos muros desde su inauguración en 1786.

Fachada del antiguo Hospital San Martín



































Antes de volver al hotel, aún tuve tiempo de acercarme al barrio de San Nicolás, en los Riscos, para hacerle una visita a la ermita, junto a los caños donde Marcela va a menudo a buscar agua. 

Un rápido tentempié y otro taxi me dejó en el hotel a tiempo para asistir a la presentación de un libro que ¡Oh, casualidad! se titula El último viaje del Valbanera, de Carlos González Sosa, con el que tuve ocasión de hablar y compartir mesa. 

Por último destacar que también tuve la oportunidad de conocer a otros escritores, unos más encumbrados que otros, pero de todos me llevo una buena impresión.   No tengo contacto con escritores donde vivo, así que cuando me rodeo de ellos lo disfruto mucho. 
Una anécdota bonita ocurrió la última noche que pasé en Las Palmas. Estábamos sentados en la terraza de un restaurante en la playa de Las Canteras, a punto de pedir la cena, cuando llegó Manuel Vilas a unirse a nosotros. No me lo esperaba y me hizo mucha ilusión, sobre todo porque acababa de leerme su libro Los besos. Con Sonsoles Ónega tuve otra anécdota bonita durante la presentación de su libro, pero esa se queda para mí. Es encantadora, por cierto, y una gran comunicadora.

Volví a casa muy contenta, con mucho cariño acumulado y un puñado de buenas experiencias. 
Este próximo domingo 17 de octubre estaré en la Feria de Valencia, y me conformo con que sea la mitad de bonita que esta. 
Con Laura Torres













Manuel Vilas


Sonsoles Ónega


3 comentarios:

  1. Me encantó la novela, cómo hilvanastes las historias de los personajes y los eventos históricos. Felicitaciones!

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    1. Mi nombre es Hilda, saludos desde Puerto Rico

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    2. Muchísimas gracias, Hilda, me alegra saber que lo has disfrutado. Un saludo.

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