miércoles, 24 de mayo de 2023

Tanto gustas, tanto vales




Hace año y medio que no actualizo el blog. El trabajo se acumula, mis últimas novelas generan montañas de documentación y vivir lleva su tiempo. De modo que todo lo que tiene que ver con redes sociales queda relegado a un segundo plano. 
Lo de las redes sociales tengo que replanteármelo. Debería encontrar la forma de verlas de otro modo, porque siempre pienso en ellas como si en la calle principal de mi pueblo hubiera veinte o treinta tarimas distribuidas  de un extremo a otro y donde, uno tras otro, se van subiendo los vecinos a contar sus cosas y a dar su opinión. Y escuchar la opinión de todos suele ser agotador. 

Es la nueva sociedad. 

Estamos condenados a enterarnos de la opinión de todo el mundo; del listo del pueblo, del tonto, del que jamás leyó un libro, del que leyó muchos, del fanfarrón, del soñador, del filántropo, del homófobo, del machista, del altruista, del comprensivo, del intolerante, del de izquierdas, del de derechas, del  maltratador, del acosador, del creativo... 


Pese a ello, hay ocasiones en que las redes sociales hacen honor a su nombre y funcionan como soporte vital para muchas personas. El problema llega cuando se tornan indispensables, cuando la vida dentro pasa a ser más importante que la vida fuera. La presión a la que someten a los jóvenes también es preocupante, ver siempre los mismos escaparates de felicidad y belleza confeccionadas, enmarcadas en formatos de aspecto 1:1/9:16 conlleva demasiadas frustraciones y sentimientos de infelicidad. Las cifras de jóvenes con problemas de ansiedad y depresión son aterradoras, y eso demuestra que algo no se está haciendo bien. Y sin embargo,  hemos alcanzado el punto de no retorno. Las redes sociales crean necesidades muchas veces insuperables: gustar, gustar a toda costa, que mis escritos y mis fotos tengan cientos o miles de likes. Tanto gustas, tanto vales.  

Vivir es más sencillo. O debería serlo. 

Yo también me subo alguna vez al altillo a contar mis cosas. Me obligo a ser una vecina más en el extremo de la calle principal, y enseño mis libros, como si fueran hijos que no pueden echar a volar sin su madre.  
No me siento cómoda mostrando mucho de mí. Soy del norte ( no sé si esto justifica algo),  y voy acorde con el tiempo: a veces soleado, a veces lluvioso, muchas veces gris. Mi madre es de Berlanga de Duero, y su carácter es equiparable a una de esas antorchas de cumpleaños,  todo chispas y colores. Me parezco a ella en la sonrisa fácil, pero con menos adornos. 

Solo quería decir que en este blog me siento más libre. Es una de esas calles secundarias por las que, si no lo deseas, no tienes que pasar para llegar a tu destino. 
Más de un año sin publicar entradas y aún me sorprende las visitas que recibe este espacio. Gracias por deteneros.

23 de mayo: mi hermano mayor cumple años. Es el hito más importante del día. 
A la rosa que embellecía la cocina y que me trajo L.A. se le han caído todos los pétalos. Esas rosas que huelen a rosas y que crecen en los lindes del camino son las mejores, porque huelen a gloria.

Os confieso que la nueva novela me provoca potentes latidos de corazón. No me refiero a la que sigue a El guardián de la marea, esa ya está entregada y en fase de empezar correcciones (y también supuso latidos violentos en muchas ocasiones), me refiero a la novela en la que estoy trabajando en este momento. De nuevo me encuentro buceando entre libros viejos y biografías olvidadas, sintiéndome culpable por no tener tiempo para leer lo que publican mis amigos. 
Aprender a priorizar no es sencillo. Quisiera ir a todas sus presentaciones, leerme todos sus libros, quisiera visitarlos cuando hacen una firma o una presentación, estar siempre disponible para largas charlas y videoconferencias, ser lectora cero de sus manuscritos, pero jugar a ser Dios y estar en todas partes con eficacia divina es complicado. 
 
Me he hecho el firme propósito de controlar la extensión de mis novelas. Es horrible tener que recortar, ver cómo se van a la papelera docenas de páginas en las que has puesto todo de ti. 
Reconozco que las guardo, que soy incapaz de borrarlas del todo.  

 Sigue sin gustarme el café, aunque continúo tomándolo. 

Dicen que este mes de mayo marcea, pero en Asturias siempre marcea. La llovizna, la niebla, los nubarrones grises que entran por el oeste... son parte del día a día. Y a mí me gusta esa amplitud climática ingobernable. Respiro tranquila al ver las  cortinas de lluvia acercarse por el horizonte, porque me garantizan que los bosques volverán a ser hermosos en el otoño. Y nada hay más bonito que un bosque en la seronda asturiana.  

Estoy deseando asistir a la presentación en Gijón, el día 2 de junio, de la nueva novela de Francisco Narla: Breo. Las presentaciones de Narla son una clase magistral. Tuve la fortuna de presentar junto a él su libro Fierro y todavía recuerdo su pasión a la hora de transmitirnos la historia. Es como un profesor de película que consigue captar la atención de todos y cada uno de sus alumnos. Se pone en pie, se mete una mano en el bolsillo del pantalón y comienza a hablar. A la segunda palabra ya estás rendido a su oratoria.
Piloto, escritor y gallego. Un gran talento.

Con Francisco Narla y Mirella Patiño durante la presentación de Fierro en 2019

El último libro que compré, y que no tiene que ver con lo que estoy escribiendo (de esos ya perdí la cuenta de los que llevo: desde Dolores Medio a Federica Montseny, pasando por Eulalio Ferrer o Remedios Oliva Berenguer) es el de Greta Alonso La Dama y la muerte, y voy a hacer el esfuerzo de leerlo con calma, porque la prosa de Greta es como un látigo de nueve colas: ¡zas! ¡zas! ¡zas! 
Cuando lo termine volveré aquí para contar mis impresiones. No suelo leer novela negra o criminal, es verdad, no disfruto leyendo cómo unos perros juegan con la cabeza de una niña muerta, y cuando no disfruto abandono la lectura sin remordimientos. Ese tipo de novela no me genera  interés, el crimen sanguinario, que cada vez es más gore, no es lo que quiero leer, ni siquiera para mantenerme al día de lo que se publica. Pero disfruté mucho con los personajes de la primera novela de Greta Alonso El cielo de tus días, y quiero volver a leerla. 


La noche se ha quedado tibia. Fuera ladran unos perros y huele a tierra mojada y eucalipto. Lo sé porque acabo de sacar a Lina al jardín. Hay una lechuza cerca, la curuxa que diría mi abuela. No hay murciélagos rondando la farola. Por el día son los pájaros carpinteros los que más ruido hacen, porque golpean sin cesar las ramas secas de los castaños. Qué ganas tengo de que lleguen las luciérnagas. Hay personas que piensan que se han extinguido. Lo digo en serio. Pero lo cierto es que vuelven cada mes de julio. 
Empecé a escribir esta entrada el 23 y ya es 24 de mayo. Veo la tele en diferido porque no me alcanza el tiempo para verla en directo, salvo programas que no perdono: el cine clásico de La 2 y los programas de Iker Jimenez. 
Me gusta el misterio y la actualidad. 
La casa duerme. Mica y Lina están tumbadas a mi lado; la primera ronronea cuando la acaricio, la segunda, tan diminuta como inteligente, se aprieta contra mí sintiéndose segura.


 



6 comentarios:

  1. Me encanta acercarme a la intimidad de los blogs. Yo también tengo "olvidado" el mío, pero sigue ahí, para retomarlo cualquier día. Deseando volver a leerte. Un abrazo.

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    1. Yo es donde más cómoda me siento, porque creo que no lo va a leer nadie, salvo los que están más cerca y eso me hace libre. Gracias por pasarte, Almudena. Un beso.

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  2. Me ha encantado pasarme por tu blog, se hace evidente que no soy mucho de redes, cada día me cuestan más.
    La verdad es que para mí el día tendría que tener más horas, no me da tiempo a disfrutar de todo lo que planeo la noche anterior con lo que sigo teniendo pendien muchas cosas, entre otras disfrutar de un té con las amigas y charlar🤗 Caminar tambien

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  3. ¡Qué bonito lo cuentas todo, da gusto leerte! 🥰 Y me has recordado que yo también tengo un blog. 😂 Olvidadísimo, pobre... 🙈🤦🏻‍♀️

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    1. Las redes sociales se tragan el tiempo que antes le dedicábamos al blog, es una pena, porque son espacios únicos y muy personales. Y lo mejor de todo: siempre hay alguien que nos lee. Un beso, Marina.

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